El Carnaval entre nosotros.(II)
Por José Gabriel Coley, filósofo, Uniatlánticoo
Aunque los pueblos prehispánicos y los africanos celebraban también festividades licenciosas colectivas y dispensantes, la esencia del carnaval como lo conocemos, llegó al nuevo mundo en el siglo XVI a través de los españoles y los portugueses.
Es obvio que hoy ya no es el mismo carnaval que trajeron los europeos, pues en este continente no solo lo adoptamos sino que lo adaptamos de acuerdo a las costumbres de cada colonia específica y su proporción de mestizaje, dando como resultado muchos carnavales aunque este siga siendo en esencia uno solo. Vamos a referirnos al de nosotros.
En general se afirma que el carnaval de Barranquilla comenzó en el siglo XIX, tomando fuerza hacia finales de esa centuria con el auge y desarrollo demográfico y económico de la Urbe. Recordemos que ‘la arenosa’ es hija de la república, no tuvimos pasado colonial ni conocimos la esclavitud; nacimos antes que libres, libérrimos. De ahí nuestra actitud libertaria. Aquí no existe el espíritu de rebaño, sumisión y obediencia. No fuimos fundados por nadie: nos fundamos nosotros solos, a partir de migraciones hacia este punto de convergencia que provenían de toda la Costa, Colombia, el Caribe, Suramérica y el Mundo. Hacemos parte de la raza kósmica de que hablara el filósofo Vasconcelos.
Este conglomerado social que así pintamos, fue acogiendo todo y de todos, y entre tantas cosas e ideas, el carnaval. Estas festividades que se hacían durante la colonia en varias ciudades costeñas como Cartagena y Mompox, los pueblos ribereños del río Magdalena, Ciénaga y Santa Marta y que, después de la independencia dejaron de realizarse por ser fiesta de españoles, encontró aquí tierra fértil para re-nacer con los éxodos de los diferentes grupos humanos que llegaban naturalizándose en este punto mágico entre el rio y el mar.
La mayoría de fuentes históricas coinciden en que la Ciudad en ciernes, que no tenía sino fiestas religiosas alrededor de San Nicolás y San Roque, el carnaval se fue aceptando dada la inter y transculturalidad de las gentes que aquí se radicaron incluyendo los negros y los indios; de esta forma se generalizó pronto el gozo, el gusto y el disfrute por la nueva iniciativa de diversión, por demás laica e irreverente, alimentándola, fortaleciéndola y legitimándola como propia, logrando desplazar las fiestas de los santos italiano y francés antes mencionados.
Esas mismas fuentes afirman que hace 132 años (1890) se efectuó el primer desfile público de carrozas con reinas, disfraces y cumbiambas que, después del fin de tantas batallas de la guerra de los mil días (noviembre de 1902), fue bautizado graciosamente como ‘batalla de flores’ (febrero de 1903), diciéndose desde entonces hasta hoy que Barranquilla es armonía y convivencia diferente al país violento interiorano, que curiosamente no celebra carnaval.
Pero fue a todo lo largo del siglo XX cuando nuestras carnestolendas, auto renovándose, con valores, inventivas y hasta con disfraces propios, llegaron a ser el evento folclórico y cultural más importante del país, llegando a ser declarado por la UNESCO en 2003, patrimonio oral e intangible de la humanidad. Es necesario destacar que Barranquilla, no solo fue receptora del semen universal del carnaval sino que asumió la fecundidad y el desarrollo de ese nuevo ser en sus entrañas, hasta parir algo propio aunque esté genéticamente atado a su pasado ancestral milenario.
Si, el carnaval de Barranquilla forma parte del carnaval de la humanidad pero somos distintos, igual que nuestros disfraces (en especial la falocrática marimonda, única en su especie), las letanías, Joselito carnaval, la guacherna, las cumbiambas, las comparsas, la danza del torito, del congo, del garabato, los monocucos, etc. Esos 4 días que tanta falta nos hacen y donde la jarana, la juerga y la carantoña es la constante, si se quiere, son para nosotros y sin saberlo, una forma aristotélica de “limpiarnos el alma”. Y la marimonda bien que ha contribuido a ello.
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