Se ha denominado «hipersensibilidad al infortunio» lo que, en los últimos años, ha vivido la generación también llamada «light», la cual ha visto la vida sencilla y fácil; lo que han vivido las personas cuyas vidas transitan de la escuela a la universidad, de la universidad a un empleo y, en tanto pasan los años, en un consumismo al por mayor; personas para las que, ante un problema, siempre hay un profesional, un equipo, medicina, atención, etc., que resuelven o, por lo menos, hace menos grave el problema.
Se han hiperespecializado un sinnúmero de profesiones, a tal grado que, si se aumenta de peso, siempre hay un especialista para determinar qué hay que comer; si el deseo es mejorar el físico, entonces, hay una persona capacitada para decir cuántas veces hay que hacer ejercicio, en qué condiciones y cómo, y así con otras especialidades. Por lo cual lo único por lo que hay que preocuparse es de cosas triviales.
Esta forma de vida, donde las preocupaciones (gracias, principalmente, a la tecnología y la ciencia) se han minimizado, tiene como inconveniente que cada día, las personas tienen menos sensibilidad a los problemas. Esta puede ser una de las múltiples razones por las que las personas no pretenden contraer matrimonio, no tienen familia o, en pocas palabras, no se comprometen. Nos hemos acostumbrado a que las cosas resulten lo más sencillas posible. Por lo tanto, hay negocios que se dedican a lavar, a planchar, a zurcir pantalones, y ya no hay interés en preocuparse en estos problemas. Incluso giros comerciales que no existían hace 20 años, hoy son todo un éxito debido a la vida de la comodidad. Ya quedó para otras generaciones cuando las abuelas preparaban el pastel de cumpleaños al nieto, pues ahora es más fácil acudir a una tienda a comprarlo, lugar donde hay gran variedad y de muchos precios. Así, se dejan a un lado esas tradiciones dominicales, porque la inercia del comercio ha provocado que las cosas se vean más fáciles. Siempre hay quien se pueda contratar para resolver un problema, algo así en como aquella novela del inicio del siglo xx en Inglaterra denominada Un mundo feliz.
Atendiendo a esa vida de la comodidad, de la ausencia de problemas graves, actualmente hay una generación que tiene, desafortunadamente, «hipersensibilidad al infortunio» (Garzón Valdés, Ernesto; et al., La calamidad del hambre. ¿Qué pasa con el derecho más básico?, Lima-Bogotá, Temis, 2012), la cual consiste en que se convierte en un verdadera una trama, un mal casi nacional, la debacle de la vida misma, cualquier problema secundario (como es, por ejemplo, no tener conexión de Internet, que la batería del celular se acabe, que no funcione el semáforo de la avenida principal, que se ponche la llanta, que no pase el camión, que no haya suministro de agua por unas horas, etc.); lo cual provoca que estas generaciones se bloqueen para resolver problemas e, incluso, acaben en asistencia psicología, tomando pastillas o, en definitiva, con un psiquiatra.
A esta generación hipersensible al infortunio, es decir, totalmente intolerante a los problemas «banales», es a la que le tocó enfrentarse a la pandemia, y los resultados son catastróficos. Basta con ver el número de muertes (cada día en incremento). La incapacidad de resolver los problemas más urgentes es una de las características de la generación a la que le tocó enfrentar la pandemia. La historia lo juzgará, pero bien que se puede sostener que estos graves estragos de tantos muertos y enfermos por esta peste, en parte, se debieron a esa vida light que hay y, principalmente, a esa «hipersensibilidad al infortunio». (Web: parmenasradio.org).