Adolfo Flores Fragoso.
“China” ó “chinita”, es un calificativo muy poblano que nada tiene que ver con la muy religiosa y visionaria Catarina de San Juan, apodada con el inventado sobrenombre de la “china poblana”, ya en años posteriores a su muerte, por ahí del porfiriato, para ser concreto.
Pero esa es otra historia.
En realidad, “chinita” se le llamó a toda mujer trabajadora, independiente, fuera cual fuera su oficio.
Una de las tantas versiones dice que las esclavas domésticas eran las que trabajaban “como chinitas”. Cabe recordar que la nao china culminaba su trayectoria en el puerto de Acapulco, en aquel tiempo perteneciente a la intendencia de Puebla, y la mayor parte de los productos comestibles, cerámicas, ropa y esclavos tenían como destino final a nuestra ciudad.
Lo cierto es que las chinitas eran de origen filipino e hindú, y terminaban como esclavas en esta ciudad pero con privilegios: con una buena alimentación, una buena educación religiosa y escolar particular, y con el derecho de sentarse a comer en la mesa de los patrones.
Por eso las chinitas, asiáticas o nativas poblanas, terminaban siendo casi hijas y hasta nueras, en muchos casos, de los dueños de la casa.
Había otras chinitas aún más independientes: aquellas que servían el tlachicotón y los tacos en las pulquerías, a la vez que bailaban zapateados y, gracias a su educación y cultura, conversaban con los parroquianos a cambio de muy buenas propinas. Cuadros de José Agustín Arrieta del siglo XIX dejan testimonio de lo hoy apuntado.
En conclusión, en siglos ya pasados, referirse a una “chinita poblana” era hablar de una mujer trabajadora y autosuficiente. Culta y educadamente matriarcal.
Afortunadamente, en este siglo XXI, conozco a muchas chinitas, igual en Puebla que en Veracruz o en Nueva York, y quienes hoy sacan su rostro y fortaleza, amorosamente sosteniendo a sus familias en tiempos de pandemia.
(Transmitido en LAS NOTICIAS Puebla. Julio 30 del 2020).