lunes 17 febrero 2025
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Una noche de Septiembre (Columna de Adolfo Flores Fragoso)

Chalupas, pozole, tostadas de pata, chanclas -y hasta chiles en nogada- y el marichi con “la tequila” al lado no deben faltar en una noche mexicana del mes de septiembre.

“Mexicanos semos, mexicanos habemos de murir… pero con la panza llena”, era el dicho de mi bisabuelo Simón.
Según los antiguos recetarios de nuestras abuelas y madres, la chalupa debe ser de tortilla muy pequeña, con masa palmeada a mano, hirviente en manteca y rematada con salsa picosa, cebolla picada y carne magra de res desmenuzada.
El pozole es con grano pozolero -valga la blanca expresión-, y sea blanco, rojo o verde, siempre con mucho orégano, rábano y cebollas picadas, y unas tortillas duras cubiertas con un chorrito de crema, de sal de grano, lechuga y queso fresco manoseado.
Las tostadas de manteca deben cubrirse con pata de res inmersa en rodajas de cebolla, zanahorias picadas y rajas de jugosos chiles jalapeños en vinagre.
Las chanclas son de pan enharinado relleno de cebolla y aguacate, y si el gasto lo permite hasta con chorizo frito, y servidas ahogadas en caldillo de jitomate hirviente.
Y si también alcanza para el chile en nogada, hay que rellenarlo de frutos de temporada y picadillo de cerdo, bañados con salsa de nuez de Castilla, granos de granada y perejil.
El mariachi es una compañía con la que hay que gritar más que cantar, con “la tequila y la mezcal” correspondientes para afinar la voz.
Noche para vivir nuestro patrimonio que da gusto al paladar y al oído.
Paladares que a la mañana siguiente de una noche mexicana exigen de un mole de panza, un caldo de jaiba con camarón o unas enmoladas picositas.
Y una caguama en tarro helado frapeado.

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Cierta noche de cierto 15 de septiembre compartí balcón en el Palacio Municipal de Puebla con las hermanas del gobernador en aquel tiempo.
Celebramos a campanazos la independencia de la Nueva España, entre vivencias y anécdotas personales.
“Manuelito -comentó una de las hermanas- fue un niño tan bien portado que, en las tardes y noches del ‘grito’, lo traíamos al Zócalo a pasear vestido de charrito con un traje de botonaduras de oro”.
“¡Viva México!”, interrumpió con un grito nuestra conversación el gobernador Manuelito.
“¡Viva!”, le respondimos desde ese palco histórico del inmueble del Ayuntamiento de Puebla.

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En la antigua calle de la Concordia (hoy 3 Sur 900), el presbítero Joaquín Furlong estuvo a cargo del Oratorio de San Felipe Neri, entre los años 1814 y 1852.
Promotor de las artes y la lectura, trajo de Europa una imprenta que destiló una importante cantidad de libros para su distribución en Puebla, el sureste de México y Guatemala.
El 12 de febrero de 1821 imprimió en sus oficinas el primer ejemplar del Plan de Iguala o de la Independencia, edición que fue difundida en septiembre de aquel año, principalmente en la ciudad de México.
Desde la Puebla de los Ángeles, cuna de la independencia en la tinta de una imprenta.

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Cierta noche de cierto 15 de septiembre solicité una orden de tacos al pastor con “pico de gallo del que pica”.
Con un par de caballitos de “la tequila” de la casa en el restaurant Matamoros, en Brooklyn (NYC).
Y el mariachi cantó:

“Voz de la guitarra mía
al despertar la mañana
quiere cantar su alegría
a mi tierra mexicana.
Yo le canto a tus volcanes,
a tus praderas y flores
que son como talismanes
del amor de mis amores.
México lindo y querido,
si muero lejos de ti
que digan que estoy dormido
y que me traigan aquí;
que digan que estoy dormido
y que me traigan aquí
México lindo y querido
Si muero lejos de ti…”

El comensal lloró quedito en aquella noche de septiembre.