En este final de la historia de los Orígenes del Carnaval, recordamos a Álvaro Cepeda Samudio: Aquí “tomamos las palabras por las solapas y a puñetazos estridentes las obligamos a ilustrar las ideas“

Por José Gabriel Coley, Filósofo Uniatlántico
Aprendimos del filólogo polaco Ángel Rosenblat a fundamentar lo que todos sabemos: que no hay malas palabras ni tampoco buenas, simplemente son palabras, hechuras del hombre. Que la palabra tiene poder, y que incluso es divina, dicen los creyentes, pues precede al acto creador: ” Y Dios dijo, hágase la luz. . . ” etc. Y cuando terminó toda la creación, se la concedió a los hombres para que le oraran, y para poder comunicarse con ellos. Eso son en esencia las palabras, acción comunicativa, serñala Habermas.
Sin embargo, ellas han de bien decirse (de allí bendición) o mal decirse (luego maldición), pero antes de pronunciarlas debemos tener en la cabeza la imagen de lo que se desea expresar. El problema es del sujeto para designar a un mismo objeto epistemológico porque existen varios vocablos a escoger. Unos son considerados buenos o puros y otros malos o impuros, según los maniqueístas del lenguaje.
A esos pulquérrimos lingüistas les decimos que las palabras obedecen a un sistema simbólico, no ético: ellas son moralmente neutras; quien le pone el plus es la sociedad. Pero a fuerza de costumbre, igual que las leyes, terminan imponiéndose obteniendo un lugar en el diccionario de la R.A.E. Para aquellos que se llaman ‘cultos’ lo que no aparece allí definido simplemente ‘no existe’; o mejor, está excomulgado de la santa madre lengua española y solo se pronuncian en el inframundo. Así fueron proscritas casi todas las palabras de los dialectos indígenas.
Es por la misma razón que los peninsulares sacralizaron el término pagano ‘Bogotá’, rebautizando la ciudad como Santa Fe; pero sobrevivió Bogotá, aunque suene fuerte así como la palabra de marras razón de ser de estas cuartillas. Igualmente pervivió la suave pero musical Tegucigalpa en Centroamérica. Ambos nombres hacían referencias a caciques prehispánicos, y trataron de anatematizarlos del inmaculado idioma de Castilla, pero no pudieron, somos mestizaje.
Rosenblat, afirma que “si una expresión es de habla popular tiene su legitimidad en sí misma, de allí que Voux populi voux Diei“. Y si es de Dios es bueno, no hay lugar para la maldad. Además, cada pueblo tiene su color, sabor, olor, sonido y hasta su propia piel. “Si quieres ser universal pinta bien tu isla“, añadiría Tolstoi, porque la parte dialécticamente no niega al todo, sino que lo expresa.
Es por la serie de argumentos que hemos expuesto en esta hermosa esquina del Caribe, como sumun de la raza Kósmica de Vasconsellos, que nosotros usamos las palabras con el desparpajo propio del barranquillero. Aquí no las vestimos de frac. Aquí “tomamos las palabras por las solapas y a puñetazos estridentes las obligamos a ilustrar las ideas“, como lo expresara el gran Cepeda Samudio, citado aquí por segunda vez, pero indispensable.
Claro que no estamos renegando del idioma culto y menos del académico. ¡Ni más faltaba!. No pretendemos hacer la apología de la plebedad para toda ocasión. Ella tiene sus espacios naturales en la cotidianidad coloquial, y hay otros donde definitivamente no tiene cabida; lo que no niega la universalidad de la palabra y la cosa designada, como diría Foucault. Parafraseando a García Márquez, ya casi para terminar, diremos que cuando el mundo era tan reciente y las cosas carecían de nombres para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Sin las palabras qué triste sería la vida. Sin las palabras no serían las cosas.
En última instancia las palabras, exclusiva y únicamente, están determinadas por lo que el hombre, su prolífico creador, les da en su uso social. No necesitamos ninguna dispensa moral para elegir la palabra que se nos antoje de acuerdo a cada circunstancia.
Para terminar y como a ustedes les consta a lo largo del texto leído hemos tratado de no mencionar la palabra ‘prohibida’ por el protocolo social, pero a la filosofía lo mismo que a la literatura todo le está permitido; y, por supuesto, el carnaval barranquillero nos da inmunidad para soltarla, aunque sea de último. Lo demás no vale mondá.
Muchas Gracias
Barranquilla, carnaval de 2022









