Mi memoria está muriendo, mas no mis recuerdos.
Como esa charla con el médico Alberto Gómez, quien recordó que aquella noche de un 5 de julio, al cortar el cordón umbilical de mi madre -tan siempre sensible y talentosa-, comenzó a “temblar”. (Las lámparas del Sanatorio Santa María giraban cual úvula de campana).
El sismo de 1964 fue uno más de esos que son olvidados, como el nacimiento de un demiurgo. U otra cosa extraña, no precisamente creada en la inteligencia de Sancho Panza.
En aquellas de diferentes charlas con el Doc -ya hace más de dos décadas-, coincidimos en citas de Rafael Solana, Efraín Huerta, Octavio Paz y Ramón López Velarde (el Joven Criollo, o El Burgués, como también lo apodaban).
Gómez recordó que por complicaciones en el parto, tal vez hubiera quedado huérfano.
Cual “niño vestido de luto”, en otra cita de López Velarde:
“Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
el niño iría de luto, pero la niña no”.
¡Cómo aprendí del Doc, años después! En aquellos encuentros en el Fontainbleau, de la calle 3 Sur.
Pero, ¿a qué viene esta remembranza?
Al día del amor y la amistad que cotidianamente tuve con mi madre.
Así nos manifestamos ambos.
Hasta hoy, pese el ocaso de mi memoria.
*
Con la memoria desgarrada, fue cuando Antonio Machado escribió sus mejores poemas.
Sonriente, sereno y siempre seguro, impuso el punto final de su vida con el ficticio “Juan de Mairena”, seudónimo con el que publicó en sus últimos días en la revista “Hora de España”.
Una manera de olvidar su propio nombre.
De alma castellana y andaluz, a la vez, leyó japonés, en su intento de recuperar recuerdos, cuando el “hai-kai” fue una moda europea para los enfermos de “olvido inusual”.
Olvido el año en el que Machado comenzó con ese mal.
Así como olvidamos el pasado, pero nunca los recuerdos.
Como nos negamos a olvidar el amor.
Ese que construimos cual rompecabezas.
Y de memoria.
(Publicado en CRÓNICA Puebla. Febrero 15 de 2023).