sábado 7 junio 2025
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Carnaval de Barranquilla (V) La originalidad de la marimonda (columna de José Gabriel Coley)

A simple vista para un antropólogo cultural, la máscara de éste disfraz pudiera semejarse más al elefante que habían dejado históricamente atrás los negros en África, por sus orejotas y la trompa, que al inocente monito americano del cual no tiene nada. 

La marimonda se ha convertido en el símbolo  del carnaval y hasta de la Ciudad. En las casas son el adorno preferido. He aquí  una bebé  marimonda en un columpio.
La marimonda se ha convertido en el símbolo del carnaval y hasta de la Ciudad. En las casas son el adorno preferido. He aquí una bebé marimonda en un columpio.

A simple vista para un antropólogo cultural, la máscara de éste disfraz pudiera semejarse más al elefante que habían dejado históricamente atrás los negros en África, por sus orejotas y la trompa, que al inocente monito americano del cual no tiene nada.

Pero la terminación del nombre (mari-monda) lo delataba todo para que la trompa no fuera trompa sino miembro y las orejas un par de generosas potras. Se trataba de un doble sentido, que transmitía un mensaje cifrado o por lo menos que disimulaba el atrevimiento, pues de lo que aparentemente se trataba era de una competencia entre disfraces de homínidos: el mono cuco por un lado (que es otra historia que tampoco nada tiene de mono y que era de los ricos) y la marimonda por el otro, éste último si de puro origen humilde. Los tigres, los gorilas y los congos, también de inspiración africana, eran otro cuento. El torito, la burra mocha o el garabato, también.

Es decir, la tan apreciada e indispensable extensión vital que ocultamos los descendientes de Adam después del pecado original  se hizo pública a través del carnaval y sus irreverencias.

Pero existía un imponderable. Había que esperar un año eterno para poder usar el disfraz otra vez sin temores ni represiones sociales. Entonces la inflexión del verbo mondar, participio femenino, empezó a divulgarse en el lenguaje coloquial cotidiano como sinónimo del término verga, en condominio popular, hasta terminar desplazándola con creces.

Tiempo después y debido a que la popularidad del disfraz fue creciendo, se hizo necesario embellecerlo de alguna manera para poder darle status social. El inicial esperpento de marimonda asustaba a las muchachas y las hacían correr a esconderse cuando la divisaban a distancia.

O más bien eran rechazos aparentes con los cuales las chicas ocultaban íntimas complacencias. Mojigaterías estúpidas diría Freud, quien demostraba, por aquellos tiempos del despegue del animalejo, que somos seres sexuados y sexuales hasta la muerte, a pesar de la hoja de parra.

De pronto por ello (y porque no pudieron eliminar, proscribir y mucho menos prohibir al miserable engendro del carnaval) comenzaron a hermosear al invento sin par, símbolo de la serpiente, el pecado y la vida, con satines brillantes, cintas plateadas y colores encendidos en reemplazo de sus ancestrales harapos viejos. Maquillaron su máscara, la bañaron toda de lentejuelas, pero le dejaron su símbolo sexual intacto, logrando convertirse en el ícono principal de las carnestolendas y, de paso, de Barranquilla.

Ya no se trata de aquel “obsceno pájaro de la noche”, furtivo y feo, que salió a la luz en un principio para escandalizar y lograr dividendos por parte de los disfrazados, sino que ahora las mujeres de todas las clases lo adoran sin despertar sospechas por aquello del “malestar de la cultura“.

Ya no le huyen para luego asomarse y verlos por las rendijas, como en antaño, sino que lo contemplan de cerca embelesadas, llegando muchas a transvertirse poniéndose ellas mismas el disfraz, ya que “en carnaval todo pasa“, es catarsis social