Por: José Gabriel Coley Filósofo Uniatlántico
Los historiadores y antropólogos culturales, consideran que el carnaval surgió como una fiesta popular muy antigua ligada a ciclos naturales y astronómicos, el cual se celebraba con ceremoniales mágico-religiosos ligados a la agricultura en civilizaciones antiguas como la de Summer y Egipto hace más de 5.000 años. Los sumerios, hacia el mes de febrero (fin del invierno), efectuaban un ritual para la fertilidad de la tierra con hogueras, danzas y máscaras para ahuyentar los malos espíritus antes de la siembra.
Por su parte, los egipcios exaltaban por la misma época, los inicios de la temporada de navegación del Nilo con desfiles de máscaras en barcos decorados por flores que se ofrendaban a Isis, su diosa principal. Se piensa que de Egipto saltaron a Grecia por la cercanía mediterránea, dado que poco después reaparecieron allí en honor a Dionisos, con una parada popular de danzas, disfraces, vino y diversiones, donde se empujaba un carro con ruedas en forma de navío, luego ‘carrus navale’. Estas celebraciones históricamente fueron asimiladas por Roma para rendirle tributo a Baco y, con el imperio, se difundieron por toda Europa continuando hasta bien entrada la Edad media.
Sin embargo, aunque eran “bataholas paganas”, en el medioevo éstas fechas de febrero fueron cristianizadas por la iglesia (porque no pudo eliminarlas a pesar de las prohibiciones de fe) haciéndolas coincidir con el comienzo de la cuaresma, y se les cambió el nombre por ‘carnem levare’ que significa abandono de la carne.
O sea que solo hasta el martes inmediatamente anterior al miércoles de cenizas, se podían tolerar esos festejos de bebidas embriagantes, comidas y concupiscencias, pues ese día era de arrepentimiento, recogimiento y penitencia como preparación para el primer viernes de cuaresma que implicaba ayuno y abstinencia de la carne de manera total, que abarcaba tanto la carne de consumo nutricio, como la carne del cuerpo, incitante de la lujuria, los desafueros sexuales y la infidelidad. De esta manera se pasaba del ‘carrus navale’ de los egipcios, griegos y romanos de exaltación de la carne al ‘carnem levare’ medieval del retiro, porque como se sabe, la carne es para la clerecía la morada de satán y había que ponerle un límite moral. “El que peca y reza empata”, acuña el adagio.
Por ello condicionadamente, la iglesia comenzó a aceptar estos desenfrenos colectivos como un espacio de liberación en una sociedad beatamente reprimida para que después, el miércoles de cenizas, se renunciara al demonio, al mundo y a la carne. Empero, en el frenesí del carnaval y, por si se presentaban actos que después pudieran ser considerados como reprobables, las gentes acudían al uso milenario de las máscaras para proteger su anonimato; e incluso adoptaban disfraces de acuerdo a su identidad totémica, de transhumanización o teriomórfica. Eso les garantizaba, a pesar de la licencia clerical para pecar, el no ser reconocidos cuando el ‘orden’ retornara entre cada cual con la cruz de cenizas en la frente, como los 17 Aurelianos de Cien años de soledad.
A partir de entonces, había que volver a encerrar las bestias que todos llevamos dentro, para volver a soltárselas al diablo dentro de un año, cuando dé la vuelta otra vez el auténtico ‘carrus navale’ que, según lo describen los testimonios de los antiguos nos hacen recordar a las carrozas de la batalla de flores de Barranquilla, que flotan y avanzan en medio de un rio de disfraces multicolores, música y danzas, ¡y con tantas diosas Isis a bordo!, añadimos nosotros.
No obstante, el carnaval igualmente está presente en muchos países como Italia, Francia, Alemania, Portugal, España, Bélgica, Hungría, Suecia, Dinamarca, E.U., México, Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Santo Domingo, Cuba, Panamá, Nicaragua, Honduras, El Salvador, e incluso Japón y las Filipinas, entre otros. Por algo muchos pensadores consideran que es una verdadera necesidad de la humanidad. No para el retiro de la carne, a lo religioso, sino como afirmación de la misma, con todo lo que eso hedonísticamente significa, al menos los cuatro días de liberación carnestoléndica, que el año 2021 nos quedó debiendo. Se dice, además, que los pueblos que lo viven y lo gozan son, en general, más pacíficos que aquellos que se reprimen todo el año, todos los años.